Acompañamiento (también) tras la muerte
En esta tarea no hay prisa… es momento de acoger la pena, la rabia, la incomprensión, las dudas que pueden surgir cuando te comunican la muerte de un ser querido.
Charo Sillero
Suena el teléfono a las 15:20 h. A esa hora la mayor parte del equipo presente está empezando a comer, así que la llamada se atiende en el comedor de la Llavor. En ese ambiente distendido, puede verse cómo el rostro de la compañera que atiende el teléfono cambia en un instante. Quien llama es la trabajadora social del socio-sanitario donde está atendida una residente y nos comunican la noticia que, aunque esperada, nos golpea el alma. En unas décimas de segundo te tienes que recomponer porque llega otro momento decisivo en el acompañamiento. La base de nuestro trabajo es acompañar a la persona el tiempo que está con nosotras y que, con esa acción, puedan mejorar su situación; pero el acompañamiento no acaba aquí, también acompañamos cuando abandonan esta vida y se debe hacer de la manera más digna, respetuosa y acompañada posible.
En el artículo 1894 del Código Civil, las personas que están obligadas a asumir los costes de un entierro son los familiares o herederos del fallecido. No obstante, si la familia no asume dicha responsabilidad o la persona difunta está sola o no tiene relación y no dispone de un seguro de decesos o dinero suficiente para hacerse cargo del coste de su entierro (y por desgracia, esto es lo que normalmente ocurre) se debe solicitar un entierro de beneficencia y recae en las personas más allegadas; la mayoría de las personas que acompañamos están solas y con escasos recursos económicos, con lo que somos las profesionales de referencia, las personas más próximas, quienes lo gestionamos.
Después colgar el teléfono engullimos lo que queda de comida y hacemos una reunión exprés para organizarnos e iniciamos las coordinaciones internas y externas para recopilar la información necesaria para dar respuesta a los trámites oportunos para gestionar la sepultura (organización interna para realizar las gestiones necesarias, búsqueda de familiares y amigos, comunicación a todos los profesionales de la entidad, al Ajuntament de Barcelona, al centro/entidad/recurso que derivó a la persona…) El tiempo es un factor a tener presente ya que la situación nos exige ser muy diligentes para que el entierro pueda hacerse lo antes posible. En muchas ocasiones, este tipo de entierros pueden demorarse en el tiempo y la “herida” que deja la pérdida se debe cerrar en el tiempo debido para no producir dificultades en las personas que quedan.
Todas las pérdidas duelen, pero éstas son implacables cuando no se tiene prácticamente nada.
Por eso, en clave de equipo, identificamos a aquellas residentes que han tenido un contacto más estrecho con la persona, para que la comunicación de la pérdida pueda hacerse de una manera individualizada e íntima, en un espacio protegido y de la manera más delicada posible. En esta tarea no hay prisa… es momento de acoger la pena, la rabia, la incomprensión, las dudas que pueden surgir cuando te comunican la muerte de un ser querido.
Las referentes, profesionales que han acompañado más estrechamente a la persona, hacen memoria y un repaso del aplicativo informático para identificar a amistades, familiares y así poder avisarlas de la marcha de su ser querido y nos coordinamos para poder hacer esas llamadas entre las referentes y la responsable… De esta manera acogemos el dolor de la receptora de manera ordenada y planificada, receptora que, en la mayoría de ocasiones, no hemos tenido la oportunidad de conocer previamente. Dar esta noticia a una persona desconocida y por teléfono es una tarea que exige una sensibilidad especial y donde los valores institucionales cobran, si cabe, más sentido.
Acoger la pena del otro, es reconocer y asumir la nuestra. Entre toda la vorágine de gestiones, llamadas y coordinaciones encontramos un momento para poder abrazarnos y llorar la pérdida. Nos reconocernos como personas vulnerables, siendo conscientes que esta situación produce un impacto como profesionales y nos sitúan frente a dicha vulnerabilidad, nuestra vulnerabilidad nos enseña cada día la importancia del valor de la hospitalidad, de lo importante que es sentirse estimado y reconocido por el otro.
Durante todo el proceso de gestiones, sentimos el apoyo y el calor del resto de profesionales de otros programas y especialmente del SAER[1]. Este equipo está presente y apoya a las profesionales teniendo un rol más activo en el momento de la despedida ya que, al ser de beneficencia, hay algunos de los servicios que no se incluyen. Hoy en día el precio medio en España es de 3.500 € e incluye los servicios que comúnmente conocemos (sala de velatorio, ceremonia, recordatorio, traslados, sepultura/incineración). Pero cuando se tramita uno de beneficencia nos encontramos que, muchos de estos servicios no se ofrecen.
Así que, en esta despedida, como en otras muchas, no habrá una sala para velarla, tampoco recordatorio ni una ceremonia en recuerdo a la persona que nos deja
. Así que el equipo junto con el SAER se esmera para que estos inconvenientes no sean una traba en el proceso de despedida: ofreciendo espacio a que todas las asistentes puedan despedirse de la persona, facilitando el transporte de aquellas personas quieran desplazarse al cementerio, haciendo una lectura adaptada a sus creencias espirituales…en definitiva haciendo posible una despedida digna y respetuosa a la persona que hemos acompañado durante el tiempo que estuvo con nosotras.
Posteriormente y al cabo de un mes aproximadamente impulsamos otro encuentro, sobre todo para aquellas compañeras que no pudieron asistir al entierro. El equipo SAER vuelve a estar presente junto con el equipo de profesionales para organizar un sencillo acto de acción de gracias y volvernos a encontrar recordando a la que nos dejó; en torno a un pequeño altar, profesionales, amigas de la persona, familiares y compañeras, somos capaces de sentir, de sentirnos, de ser conscientes de somos personas con necesidades espirituales muy parecidas… que somos UNA.