La gente mayor, nuestro futuro
En Sant Joan de Déu Serveis Socials vemos cada día, cada mes y cada año, como personas de más de 65 años se ven abocadas a vivir en la calle.
Javi Prieto
La pandemia covid ya ha pasado. O eso parece. Todos vivimos nuestras vidas como si este durísimo episodio ya hubiera terminado. La esperanza de no volver a tener que encerrarnos en casa, de sentir de forma mecánica e insensible el número de muertos, de pensar quiénes son estas personas y cómo estarán sus familias... de que no nos toque en casa.
Pero la pandemia continúa, ahora encontramos incrementos en los precios de elementos básicos que no han ido acompasados de un incremento en las posibilidades de aumentar la economía de las familias y personas. Una crisis climática que pone en riesgo la vida en el planeta. Una guerra inhumana que la globalización hace que nos afecte a todos y todas. La continuidad de conflictos que generan desplazamiento de personas y muertes en el Mediterráneo... Todos estos hechos se suman como elementos generadores de dificultades y hoy, sea el día que sea, habrá personas angustiadas y traumatizadas porque mañana no tendrán trabajo, no sabrán cómo pagar las facturas o no tendrán dónde dormir.
La pandemia nos ha traído también financiación europea, con el prometedor y moderno nombre 'Next Generation', que se erige como la mesa de salvación que nos dará el empuje para poder saltar unos años hacia adelante como en una máquina del tiempo. Que dará ayudas a familias y personas como si fueran un salvavidas con la esperanza de que, como la pandemia, todo sea transitorio y en un corto plazo de tiempo, todos y todas, cogiendo de nuevo la máquina del tiempo, podamos volver a sentirnos como en 2019.
Pero esto no va a suceder. A pesar de la buena voluntad de articular políticas y dinámicas que minimicen el impacto del contexto sobre las personas, debemos tener presente la diversidad de realidades que configuran nuestra sociedad. Hay personas que no han tenido acceso a una educación como otras y el contexto social les vuelve a dar un suspenso que no se puede recuperar. Las personas jóvenes recién llegadas están varios escalones por debajo de que sus expectativas y sueños se puedan alcanzar. Mujeres que sufren violencia en casa, pero a las que les genera más miedo el futuro que los golpes. Personas con problemas de salud que las incapacita para realizar una inserción laboral y las condena a vivir en precario. Pero es especialmente duro ver a gente mayor que pensó que podría heredar el contrato de alquiler de sus padres, que tomó decisiones durante la juventud que la condena a pensiones insuficientes para vivir, que está sola en el mundo, sin nadie que la llame, sin que sus whatsapps hagan check. Seguramente las políticas y mejoras iniciadas ayudan a la mayoría de la población, pero ¿qué ocurre cuando no son muchas las personas en una situación o con unas condiciones concretas? ¿No formar parte de la mayoría debe excluirnos y castigarnos a una vida de sufrimiento y exclusión social?
En Sant Joan de Déu Serveis Socials vemos cada día, cada mes y cada año, como personas mayores de 65 años se ven abocadas a vivir en la calle. Personas mayores sin posibilidad de incrementar sus ingresos económicos, que no logran acceder a la sanidad o a los servicios sociales que se han digitalizado, y sin acceso a la vivienda, que es un sueño más que uno derecho. La gente mayor en situación de sin techo tiene un futuro que debe iluminarse.
Durante el 2019 en nuestros centros atendimos a 19 de estas personas, 24 en 2021, el primer año que salíamos de la pandemia. En 2022, por encima de 70, hemos conseguido, gracias al apoyo de fundaciones como Bosch Aymerich, que 22 puedan vivir en una vivienda. Pero todavía quedan y llegan más.
Es necesario que haya cambios profundos con mirada solidaria y humana más allá de los avances técnico-científicos. Es necesario que las administraciones públicas favorezcan y potencien, desde la cooperación y la colaboración, que las entidades sociales puedan estabilizar la atención a estas minorías e innovar en nuevas respuestas por las nuevas necesidades generadas. Es necesario que las ciudades evolucionen como ciudades inclusivas, sostenibles, solidarias y hospitalarias que haga que las comunidades sientan el orgullo de no dejar a nadie atrás, desatendido y sin acceso a derechos fundamentales
. Sea cual sea su lugar de nacimiento, su orientación sexual, su identidad de género o lo que necesite para sacar adelante su proyecto vital, como señal de respeto. Que los profesionales de la salud, la educación y la atención social innoven para poder poner a la persona en el centro de la intervención, que la miren en su integralidad, desde la profesionalidad y la responsabilidad. La acción social debe ser el alma y la voz de las personas que representan a una minoría, porque que sean pocos no nos da derecho a mirar hacia otro lado.
Este artículo ha sido publicado en el periódico Social.cat con fecha 30/12/2022